Fricción Pakistán-Irán por injerencia de EEUU

Fricción Pakistán-Irán por injerencia de EEUU

En sólo dos días, Estados Unidos (EE. UU.) articuló con Pakistán una ofensiva bélica de carácter electoral que intentó atribuir a Irán, pero que fracasó gracias a la inteligente diplomacia iraní. Esa trama imperial dio un giro con el reclamo de los baluchíes sobre sus recursos naturales. En ese espacio volátil concurren los intereses de India, China, Irán y Afganistán, cuyos estados nacionales guardan amistad con México.

El 17 de enero, la tensión subió al máximo cuando Pakistán atacó con misiles la frontera común entre Irán, Sistán y Baluchistán para destruir supuestos “refugios de combatientes anti-pakistaníes”. La ofensiva provocó la muerte de tres mujeres y cuatro niños, a tres semanas de las elecciones generales del ocho de febrero.

Como coartada, Pakistán declaró que, dos días antes, grupos “terroristas” habían atacado al grupo Jaish al-Adi desde Irán y asesinaron a dos menores. Su denuncia incluyó un reclamo por la supuesta violación a su soberanía nacional; e Islamabad llamó a su embajador ante Irán, a quien además obstaculizó el retorno a su país.

La frontera binacional irano-pakistaní, de unos 900 kilómetros, es sumamente porosa. No extraña que ahí se suscitara esta crisis artificial cuando Israel escala su agresión contra los palestinos y EE. UU. bombardea bases hutíes. Dentro de esta trama todo parecía ir bien para los estadounidenses, sus autores, pues abundaban las acusaciones recíprocas de irrupciones entre grupos beligerantes.

Pero el 19 de enero se desplomó el plan de Washington y los halcones del Departamento de Estado, porque tanto Teherán como Islamabad hicieron llamados recíprocos a restablecer sus “fraternales” lazos y fluyeron las declaraciones amistosas de los altos funcionarios de ambas capitales.

Recordaron que Irán fue pionero en el reconocimiento de Pakistán y que lo apoyó en su guerra contra India en 1965 y en el diferendo con Cachemira. Ambos planean construir un gasoducto conjunto. La vocera paquistaní Mumtaz Baloch aseguró: “Pakistán siempre ha estado con Irán en todo momento. La cooperación fraternal es clave para la paz y estabilidad”.

A su vez, el Ministerio de Exteriores iraní manifestó su adhesión a una política de “buena vecindad y hermandad” con Pakistán, y explicó que atacó al grupo Yeish al Adl porque es una amenaza inminente contra los iraníes. Esta organización, que cuenta con el respaldo estadounidense e israelí, ha atacado a fuerzas de seguridad iraníes en el pasado desde territorio paquistaní.

El 20 de enero, Irán y Pakistán acordaron que, el 26 de enero, sus embajadores volverán a sus misiones diplomáticas y, como muestra de la normalización de sus “sólidos y amistosos” lazos de amistad, el Ministro de Exteriores iraní, Hosein Amirabdolahian, anunció su visita a Pakistán el 29 de enero invitado por su homólogo Jalil Abbas Jilani.

Entretanto, las autoridades de Islamabad ordenaron el cierre indefinido de tres universidades del ejército por motivos de seguridad y ante las próximas elecciones del ocho de febrero. En días pasados ha habido protestas estudiantiles en Pakistán, las cuales denunciaban represión gubernamental y la muerte de integrantes de la comunidad baluchí. Esta situación violenta incluso llevó al senado y a los diputados paquistaníes a recomendar el aplazamiento de las elecciones; pero la Liga Musulmana Pakistán-Nawas, a la que tienden a favorecer los comicios, se opuso.

 

Baluchistán y el apetito imperial

La disputa armada por Baluchistán, “congelada” durante algunos periodos, tiene raíces centenarias entre persas y otros grupos contra el colonialismo británico que, en 1947, creó Pakistán para cercenar territorio de India y alojar ahí a la población musulmana. Éstos fueron los roces de la Guerra Fría en Asia.

Baluchistán es la mayor provincia paquistaní, pues acopia 44 por ciento de su territorio y cuenta con 15 millones de habitantes, la mayoría pobres que no satisfacen sus necesidades de subsistencia, bajísimo nivel educativo y sanitario. La población mayoritaria es baluchí, que convive con las etnias pastún, hazara, makrani, sindhi y punjabi, que lo reclaman como su hogar único.

El distrito de Chagai, en el desierto de Baluchistán, fue elegido por el entonces primer ministro Nawaz Sharif para realizar las seis pruebas nucleares paquistaníes en 1998, como respuesta a los ensayos nucleares de su vecina India. Pakistán es hoy el noveno país con armas nucleares, desarrolladas con ayuda de EE. UU. –le proporcionó el reactor PARR 1– y de Canadá, que construyó esa instalación.

Pakistán ha recurrido a la fuerza no sólo contra el separatismo baluchí, sino para defender el Baluchistán, de gran importancia geoestratégica; pues ahí se localiza el 40 por ciento de su gas natural; además existen importantes yacimientos de cobre y oro, considerados entre los más importantes de Asia.

Analistas y medios occidentales han tenido cuidado de ocultar este potencial económico y por ello exaltan la lucha armada de los baluchíes, que practican un islam próximo al sufismo, aunque no son conservadores radicales. En 2003, el gobierno del general Pervez Musharraf asestó sanguinarias operaciones de contrainsurgencia contra los baluchíes, recuerda Enrique Baltar.

En años recientes, el nacionalismo baluchí –de raíz secular– adoptó una estructura política más organizada con partidos que, a pesar de sus diferencias, se unieron en la organización Ittehad y boicotearon las elecciones paquistaníes de 2008.

Entre los grupos baluchíes más representativos destacan el Jaish al-Adl (Ejército de Justicia), que se asienta en territorio paquistaní y al que Teherán acusa de atacar su territorio; el Ejército de Liberación de Baluchistán (ELB) y el Frente de Liberación Baluchí (FLB), que se asientan en territorio iraní; y Pakistán los acusa por atacar a sus fuerzas de seguridad.

Su lucha se ha extendido a las regiones iraníes de Sistán (en el sur) y Beluchistán (en el oeste). Sus principales denuncias corresponden a la represión por el Cuerpo Fronterizo, genocidio y desaparición masiva de su comunidad a manos de Pakistán, cuyo gobierno los califica de “terroristas” y “contrabandistas”.

En los años 80 del siglo pasado, el gobierno estadounidense apoyó a los baluchíes durante la guerra de Irak contra Irán; pero los abandonó para cazar a Osama Bin Laden en Afganistán. Las aventuras bélicas de Washington en la región cobraron la vida de decenas de baluchís y colonos de otras etnias.

Hoy, los baluchíes combaten a las trasnacionales que explotan ilegalmente sus recursos mediante concesiones otorgadas por Islamabad, cuyo gobierno no les aporta ningún beneficio. Este enfrentamiento suma lustros y los baluchíes han elegido proyectos de desarrollo e infraestructura como sus blancos de ataques: gasoductos, puentes, torres eléctricas y de telefonía, líneas férreas, instalaciones militares y gubernamentales.

En 2004, el Frente de Liberación de Baluchistán reivindicó la muerte de tres trabajadores chinos que colaboraban en el megaproyecto portuario de Gwadar. En 2009 fue secuestrado el representante de ACNUR, John Solecki, para que liberaran a mil 250 desaparecidos por Islamabad.

Las acciones de los baluchíes continúan y amenazan al corredor económico China-Pakistán, que se extiende unos tres mil kilómetros entre la región autónoma de Xinjiang (noreste chino) y el puerto de Gwadar, en Baluchistán y al suroeste de Pakistán. Para evitar esta obra, que condiciona el acceso directo a China hacia el Océano Índico, en 2021 EE. UU. “inventó” la región Indo-Pacífico y la nutrió con una alianza militar entre Australia, Reino Unido y Nueva Zelanda (AUKUS).

 

Asimetría estratégica

La relación entre EE. UU. y Pakistán está marcada por la notoria asimetría de sus intereses estratégicos de largo plazo. Por ello, no han concretado una alianza sólida y mantienen una relación coyuntural y tensa como la que desde 2001 generó su cooperación antiterrorista.

En 2011, después del asesinato de Osama Bin Laden en su territorio, Pakistán reforzó su agencia de inteligencia con operativos antiterroristas mediante el intercambio de información con Occidente. Sin embargo, en julio de ese año, el entonces presidente estadounidense Barak Obama canceló 800 millones de dólares (mdd) de ayuda a Pakistán por desconfiar de su compromiso contra el terrorismo.

En 2018, Donald Trump se acercó a India y suspendió la ayuda militar y fondos de seguridad a Islamabad, que sumaban unos mil 300 mdd anuales. Le reprochó que en 15 años EE. UU. había atribuido “tontamente” más de 33 mil mdd a cambio de mentiras y engaños, porque servía de santuario a los terroristas de Afganistán.

Washington pretendía con ello implicar por la fuerza a su aliado contra los talibanes afganos y la red Haqqani. En reacción Kawaja Asif, el humillado Ministro de Exteriores paquistaní, llamó a EE. UU. “amigo que siempre traiciona”, reveló que la mitad de esa ayuda eran reembolsos que, desde 2003, la cruzada antiterrorista había dejado en su territorio 63 mil muertes y provocado un gasto de 123 mil mdd.

Sin embargo, los nexos entre Washington e Islamabad permanecen fuertes. En agosto de 2022, luego de que Joseph Biden anunciara la muerte del líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, Pakistán ofreció luchar contra el terrorismo “conforme al derecho internacional”; y después de la Reunión del Diálogo Binacional de Lucha Antiterrorista de 2023 Pakistán cooperó más con EE. UU. en seguridad cibernética y contra el extremismo.

Pese a este compromiso, la influencia estadounidense resulta cada vez más menguante mientras crece la cooperación de seguridad entre Islamabad y el Kremlin. En abril de 2021, durante su primera visita a Pakistán en nueve años, el Ministro de Relaciones Exteriores ruso Serguéi Lavrov anunció que ambos países realizarían maniobras militares conjuntas y que Moscú suministraría equipo militar especializado, reportó Kathy Gannon.

Como expresión de su cada vez mayor involucramiento en la región, Rusia fue anfitriona del diálogo entre el Talibán y el gobierno afgano. A diferencia de la histórica y fraterna relación entre Moscú y Nueva Delhi, el vínculo sostenido con Islamabad es reciente debido a que, durante los años 80, Pakistán permitió que rebeldes afganos (financiados por EE. UU.) combatieran al ejército ruso que se retiró del país en 1989.

Hoy existe buena relación bilateral y el Kremlin construye un gasoducto entre el puerto paquistaní de Karachi y la ciudad de Lahore, ubicada en el este. Además, Pakistán adquirió cinco millones de dosis de la vacuna rusa Sputnik y recibe asesoría de Moscú para modernizar su sector energético y ferroviario, apunta Michael Kugelmann.

En febrero de 2023, el apurado gobierno estadounidense envió a Pakistán al consejero del Departamento de Estado, Derek Chollet, el oficial de más alto rango desde que asumió como primer ministro, Shehbaz Sharif. Su “canasta de ofertas” fue amplia: reforzar la relación en comercio, inversión, clima, energías limpias, seguridad y educación, entre “otras prioridades compartidas”.

Este apresurado acercamiento confirma que en la contienda geopolítica que Washington libra hoy con Beijing, Moscú y Teherán lo obliga a voltear su mirada hacia Islamabad para usarlo contra estos estados. Hizo lo mismo con India en la víspera de sus comicios este año.

Texto publicado originalmente en el Semanario Buzos de la noticia. Sigue a Nydia Egremy en X, en https://twitter.com/NydiaEgremy_