Opinión: La juventud debe volver a Lenin

Posiblemente nunca se haya escuchado un silencio tan ensordecedor en las universidades como el de ahora. En las aulas poco o nada se discuten los problemas sociales; la conciencia social parece ser un recuerdo de épocas pasadas. La realidad parece tener poca incidencia en la conducta de los estudiantes que, ajenos a toda relación con el mundo del trabajo, centran sus preocupaciones, a lo sumo, en las inmediatas condiciones que se viven puertas adentro. “1968” fue el último gran movimiento estudiantil y, paradójicamente, parece que su nacimiento devino en asesinato. Las consignas “liberales” de este movimiento, que atentaban contra cualquier tipo de organización política y social, fueron el canto del cisne de una lucha que históricamente representaba siempre el preámbulo de las grandes revoluciones populares. “Prohibido prohibir” fue el epitafio de una de las expresiones sociales más importantes de los siglos XIX y XX.
Apelar a tópicos morales y naturales no tiene ningún sentido. La realidad social no sigue el ritmo de los fenómenos naturales. Pensar que la juventud puede ser revolucionaria por el simple hecho de ser joven es un error grosero: tal y como puede erigirse en vanguardia de la revolución social, puede fungir como vanguardia de la reacción, como se ve hoy en muchos países de Europa y América Latina. Por otro lado, apelar a “discursos morales” sin un análisis objetivo y concreto de la realidad, tiene el mismo efecto. Antes que nada, y como condición fundamental para efectuar un cambio social en un grupo social tan históricamente determinante, es preciso partir de lo que hay, de lo que se es; con todos los horrores que esto represente. Lenin repetía constantemente: «Facts are stubborn things» («Los hechos son testarudos»). El marxismo, decía, «basa su posición en los hechos, no en las posibilidades. Un marxista debe sentar las bases de su política solamente sobre hechos minuciosa e incuestionablemente demostrados» (Cliff).
¿Qué es lo que los testarudos hechos nos gritan hoy a la cara? Que a la juventud, estudiantil y trabajadora, parece no importarle el mundo que le rodea; no quiere saber nada más que de sí misma. El individualismo se ha transformado en ella en egoísmo como una muestra fehaciente del triunfo ideológico del capital, es la primera y principal víctima de los embates ideológicos que por todos los medios caen como metralla sobre ella; la vida es un eterno “carpe diem” en el que el futuro está descartado. Es posible que, en muchos casos, la desolación que provoca un mañana incierto sea suficiente para que muchos tiren de antemano la toalla. Seguramente el saberse condenados a no tener un trabajo digno, una vivienda digna, un futuro por el que valga la pena vivir, provoque una indiferencia tal por el mundo que habitan, que la fantasía que ofrece una realidad paralela parezca ser no un consuelo nada más, sino el único refugio posible. De una cosa estamos seguros: la indiferencia, la apatía, el desaliento y el desánimo, no son producto de mentes incapaces o escépticas por naturaleza. Son el efecto de un sistema que los ha orillado a conformarse y resignarse al caos y la barbarie.
Y, sin embargo, existe otra salida. Minúscula todavía, apenas un reducto insignificante que, no obstante, podrá ser una grieta fatal para el sistema si se trabaja con disciplina y constancia. Es precisamente en la búsqueda de esta alternativa donde la luz de Lenin alumbra fulgurante. La revolución de 1917 fue una revolución de jóvenes, y no propiamente por su entusiasmo natural, sino por la confianza que el líder bolchevique logró inculcar en ellos. Después de los acontecimientos de 1905 –la masacre del domingo sangriento que dejara más de 1,000 muertos y 2,000 heridos– y a pesar del desánimo que cundió entre las masas, Lenin sacó una lección valiosísima que no dejaría de aplicar en cada momento hasta el triunfo de la revolución. Diose cuenta de que sin el impulso de las huelgas estudiantiles de 1901 y 1902 que habían sacado a la calle a más de 30,000 estudiantes, la clase trabajadora no se habría animado a dar un paso tan trascendental. Reconoció en la juventud uno de los eslabones determinantes de la revolución.
«Necesitamos fuerzas jóvenes –le decía en 1907 a los bolcheviques– […]. Lo que hace falta es reclutar más audaz y ampliamente, a la juventud, sin tenerle miedo. Estamos en tiempos de guerra. La juventud decidirá el resultado de toda la lucha, tanto la juventud estudiantil como la obrera. Hay que echar por la borda los viejos hábitos de la inmovilidad…» ¡Sin tenerle miedo! Ésa es la primera lección. Hay que pelear palmo a palmo, aula a aula, universidad a universidad, por la conciencia de la juventud. No está dada, hemos dicho; incluso puede estar en contra de la revolución por ahora y, sin embargo, nuestra tarea es luchar por su conciencia, arrebatársela al enemigo que sin duda tiene armas mucho más poderosas que las nuestras. No queremos que vea el mundo como nosotros, tampoco esperamos convencerla de un día para otro; nuestra tarea es hacerle ver la realidad tal y como es, enseñarle la verdad que sus enemigos de clase perversamente le ocultan. ¿Cómo? Lenin nos orienta también al respecto:
«Funden cientos de círculos juveniles e impúlsenlos a que trabajen con todas sus fuerzas. Amplíen el comité al triple de sus componentes, haciendo entrar en él a los jóvenes; funden cinco o diez subcomités, incorporen a todas las personas enérgicas y honradas». Formar círculos de estudio, atraer a la juventud, sobre todo en las universidades, a la lectura, al estudio de la realidad. Para ello hay, sin embargo, una condición ineludible: para enseñar a otros hay que saber más que otros. Un círculo que no enseña, una asamblea que no educa, un líder que no lee, no puede convencer a nadie. El entusiasmo es necesario, indispensable si se quiere, pero nunca es suficiente. Para salvar a otros antes hay que salvarse a sí mismo.
No obstante, la formación de círculos no es suficiente por sí misma: «Autoricen a todos los subcomités a redactar y publicar volantes sin muchos trámites (si cometen faltas no será una desgracia irremediable, ya nos encargaremos de corregirlas “con tacto”)». En otras palabras, hay que denunciar en la escuela, en la calle, en la casa misma las miserias del sistema, la trampa de la compra de conciencias, la desgracia que caerá sobre nuestro pueblo si no actuamos ya. Esta tarea no es monopolio de los “intelectuales". Lenin aconsejaba también a los obreros denunciar las injusticias y las miserias ¡concretas! que sufrían día a día en el trabajo: «El periódico es un foro para los trabajadores. Ante toda Rusia éstos deben plantear aquí, una tras otra, las diversas cuestiones de su vida en general y de la democracia de la clase trabajadora en particular». En Pravda, el periódico de los bolcheviques, se publicaron más de 11,000 cartas de obreros en un solo año. Que los estudiantes denuncien los males concretos que padecen: la falta de condiciones dignas en las escuelas, la ausencia de comedores, la nula formación cultural y deportiva, etc. «Hay miles de necesidades, y cada día que pasa surgen otras nuevas»; lo que falta es su denuncia y una correcta organización que no permita la desbandada una vez que se logra una pequeña conquista.
Círculos de estudio, propaganda y agitación en las escuelas, difusión y denuncia por parte de los mismos estudiantes, son algunos de los métodos que el bolchevismo puso en marcha y que, como atestigua la historia, no sólo permitieron el triunfo de la más grande revolución de la historia moderna, sino que demostraron ser muy efectivos en lo que a la organización estudiantil se refiere. Una última consideración que podemos recoger del gran maestro: «Cuando la crisis en una sociedad es muy profunda, pero la clase trabajadora no está todavía preparada para emprender la tarea de superarla, con frecuencia son los estudiantes los que toman la iniciativa». La mejor educación es la que se adquiere a través de la lucha. Todas las condiciones previas son importantes: pero si no se sale a la calle, si no se ve y discute cara a cara con el enemigo, si no se batalla en la organización del trabajo, etc., la tarea se diluye y corre el riesgo de burocratizarse.
Si hoy la clase trabajadora atraviesa una etapa de reacción, si no ve necesario luchar porque su conciencia está adormecida y su voluntad sobornada, entonces a quien corresponde despertarla, dar el primer paso, enardecer los ánimos de los oprimidos, es a la juventud. No fue 1917 la única revolución que anunció la lucha estudiantil. 1789 y 1833 son dos grandes ejemplos de este mismo fenómeno. Hoy, nuevamente, pero en condiciones más difíciles todavía, la juventud puede convertirse en punta de lanza de la revolución; para ello es necesario aprender de quienes han demostrado ya la eficacia de este principio. Los jóvenes deben volver a Lenin.