Opinión: Las medicinas del imperio enfermo

Opinión: Las medicinas del imperio enfermo

Una economía en decadencia no se derrumba de la noche a la mañana. Lo hace lentamente, pretendiendo que todo marcha bien, con discursos optimistas por parte de la clase política gobernante, quienes suelen tomar decisiones cada vez más desesperadas. Este proceso suele iniciar cuando el poder que la sostuvo comienza a resquebrajarse desde adentro.

A lo largo del tiempo, hemos visto imperios que se resisten a aceptar su ocaso, sistemas financieros que colapsaron bajo su propia deuda y líderes que confundieron control con permanencia. En el caso de Estados Unidos, no estamos ante un simple episodio de decadencia, sino ante una confrontación abierta con el mundo que emerge. Donald Trump y la clase política que representa han iniciado una pugna por preservar estructuras de poder que ya no responden a la dinámica geopolítica actual.

Las herramientas que durante décadas le sirvieron a Estados Unidos para proyectar poder, tales como la política comercial, la emisión ilimitada de dólares en su carácter de moneda de reserva, la diplomacia coercitiva y la hegemonía financiera, han perdido efectividad. En su lugar, lo que ahora irradia es incertidumbre, tensión y, sobre todo, miedo. Y cuando las decisiones políticas se toman desde el miedo, lo que sigue es irracionalidad, no estrategia.

Para desarrollar este texto me base en un texto altamente recomendable de Chris MacIntosh, titulado “A Dying Man Will Try Any Medicine”. En él, el autor plantea que lo que estamos presenciando no son sólo una serie de medidas estadounidenses aisladas en el terreno del comercio internacional, sino una batalla desesperada por mantener con vida un modelo económico y monetario moribundo. Espero que después de leerme, coincidirán con MacIntosh en el sentido de que la aparente “guerra comercial” que se libra hoy —a través de aranceles, sanciones y amenazas financieras— es en realidad una guerra por el alma del sistema global: una batalla cuyo ganador decidirá quién controla el dinero, el comercio, y la narrativa del poder en el siglo XXI.

La medicina amarga del proteccionismo

Apenas el viernes 23 de mayo vimos que la guerra comercial tomó un nuevo impulso, cuando el presidente estadounidense, Donald Trump, anunció aranceles del 50% a la Unión Europea a partir del 1 de junio y amenazó a la empresa Apple por fabricar iPhones fuera del país. Este nuevo “exabrupto” no ocurre desde una lógica económica, sino desde la desesperación. Bajo la narrativa del “comercio justo”, Trump y sus asesores intentan disfrazar un proteccionismo clásico de medida defensiva. Pero la realidad es más cruda: los aranceles no están buscando proteger sectores estratégicos ni fomentar el empleo local, sino intimidar a los países que acumulan superávits con EE.UU. y a los que se atreven a deshacerse de sus bonos del Tesoro.

Este tipo de proteccionismo responde a una lógica de un país en bancarrota. En lugar de renegociar con acreedores y realizar ajustes, el deudor prefiere culpar al mundo, aumentar las barreras y romper contratos. ¿El problema? El mundo ya no necesita tanto al deudor como antes.

En otras palabras, todas .estas rabietas con los aranceles no son verdaderas estrategias comerciales, sino sustitutos improvisados de una política monetaria que ha perdido margen de maniobra.

El nuevo orden que se está gestando (y nadie quiere ver)

En el centro de esta crisis hay un dato por demás importante que pasó inadvertido para muchos medios occidentales: De acuerdo con reportes no oficiales citados por Chris MacIntosh, el 16 de abril de 2025 el sistema de pagos interbancarios chino (CIPS) habría superado al SWIFT en volumen diario de transacciones. No hubo fanfarrias. No hubo titulares. Pero hubo una señal inequívoca: el dólar está siendo puesto a prueba donde más le duele, en su rol de columna vertebral del sistema financiero global.

China ha aprendido que no necesita enfrentar militarmente a EE.UU. para vencerlo. Solo necesita ofrecer una alternativa creíble a su sistema de pagos y comercio. Con el yuan digital, con acuerdos bilaterales de intercambio en moneda local, con la Iniciativa de la Franja y la Ruta, y con una industria que sigue siendo el centro de gravedad manufacturera global, China ha construido —silenciosamente— un orden financiero paralelo que podría reemplazar al que conocemos en Occidente.

Como bien advirtió Yanis Varoufakis, exministro de Finanzas de Grecia, el temor real de Estados Unidos no tiene que ver con salarios bajos o robo de propiedad intelectual. Lo que realmente le preocupa es que China logre desmantelar el orden financiero global dominado por el dólar, que le ha permitido a EE.UU. vivir por décadas con déficits sin consecuencias inmediatas. Si ese andamiaje se derrumba, la era del dólar como «moneda mágica» también llega a su fin.

Estados Unidos teme esto no por razones ideológicas, sino por razones de supervivencia. Si el dólar deja de ser la moneda dominante en el comercio global, se acabó el cheque en blanco: ya no podrá financiar sus déficits con la misma facilidad, porque la demanda global por sus bonos seguirá cayendo y tendrá que pagar tasas mucho más altas, incluso contemplando emisiones en otras divisas si el dólar deja de ser dominante, bajo reglas ajenas, con costos mucho más altos. Y cuando eso ocurra, el castillo de naipes financiero se vendrá abajo… desde adentro.

El fuego interno: deuda, déficit y desconfianza

Estados Unidos opera con un déficit fiscal estructural del 10% del PIB. La deuda pública supera los 34 billones de dólares y crece sin control. Pero lo más preocupante no es el nivel de deuda, sino la actitud frente a ella. Ni republicanos ni demócratas tienen una propuesta seria de consolidación fiscal. Todos operan bajo la premisa de que “el mundo siempre querrá nuestros bonos”.

El problema es que ya no es tan cierto. Japón ha reducido su exposición a los Treasuries. China también. Y muchos países están diversificando hacia oro, activos físicos o monedas alternativas. Cuando Trump impone aranceles contra países que venden sus bonos del Tesoro, lo que hace es lo mismo que haría un prestatario en quiebra: atacar a sus acreedores para evitar el default.

Y si a eso sumamos que el Congreso estadounidense apenas ha logrado un recorte de 50 mil millones de dólares en un presupuesto de 7.5 billones, tenemos una imagen clara: ni hay voluntad política ni hay margen financiero.

Las cuatro fuerzas del cambio: historia y advertencia

La historia enseña que las grandes transiciones de poder —económico, monetario, militar o tecnológico— no ocurren sin fuertes sacudidas. Hoy vemos cómo convergen cuatro grandes fuerzas que, de manera conjunta, están cambiando el mundo:

  1. Crisis del orden monetario: La deuda insostenible de EE.UU., la pérdida de poder del dólar y la aparición de nuevas plataformas de pagos (como CIPS) indican un cambio significativo. No es solo una crisis de confianza, es un ajuste estructural.
  2. Conflicto político interno: La polarización dentro de Estados Unidos ha llegado a niveles que impiden cualquier reforma significativa. La política fiscal y monetaria está secuestrada por agendas de corto plazo, mientras el país se divide entre extremos irreconciliables.
  3. Riesgos externos: China ya no juega a integrarse al sistema occidental. Quiere liderar su propio sistema. Y lo está logrando. India, Rusia, Brasil, Irán y otros países se están sumando al nuevo eje financiero y comercial.
  4. Revolución tecnológica: Criptomonedas, blockchain, inteligencia artificial, sistemas de pagos descentralizados… todo esto está socavando el poder de los intermediarios tradicionales (bancos centrales, bancos privados, reguladores occidentales).

Cuando estas fuerzas se alinean, el cambio ya no es opcional. Es inevitable.

Inversionistas: ¿cómo leer este caos?

Para quienes gestionan activos o asesoran patrimonios, este escenario plantea dificultades extraordinarias. Las narrativas tradicionales han colapsado, ya casi nadie les cree. Ya no basta con mirar la Reserva Federal, ni con seguir los indicadores de inflación. Hoy, las decisiones de inversión requieren entender la geopolítica, la fragmentación del comercio, la transición monetaria y el nuevo orden multipolar.

Los bonos del Tesoro estadounidense ya no son el refugio seguro. Son activos en riesgo, especialmente si los tenedores externos dejan de comprarlos porque la caída en su precio implica la posibilidad de pérdidas elevadas.

El oro ha resurgido como reserva de valor. No por nostalgia, sino porque representa un activo no manipulable, sin riesgo de contraparte y fuera del sistema financiero basado en deuda.

Las criptomonedas (especialmente Bitcoin) se están convirtiendo en una válvula de escape para capitales que desconfían del sistema bancario tradicional.

Los mercados emergentes con independencia fiscal, reservas reales y materias primas estratégicas pueden ofrecer refugios ante la tormenta.

El consejo es claro: diversificar, salir de las narrativas tradicionales y protegerse ante un cambio de era.

Conclusión: No es una guerra comercial. Es una guerra por la hegemonía.

Los aranceles, las sanciones, los bloqueos financieros a países como Rusia… no son más que síntomas. Lo que hay detrás es una guerra por el alma del sistema financiero global. Y en esa lucha, Estados Unidos ya no impone las reglas: ha dejado de ser el árbitro y ahora compite como un jugador más, pero con más que perder que los demás. Está dispuesto a hacer lo que sea para evitar que le quiten el balón.

Pero los demás jugadores ya no lo necesitan para jugar.

La historia del siglo XXI no será la de un nuevo imperio, sino la de un mundo multipolar, donde el dinero —como el poder— ya no fluya desde un solo centro, sino desde varios polos en competencia. Lo que está muriendo es el sistema de Bretton Woods 2.0. Lo que está naciendo, aún no lo conocemos del todo.

Y tú, inversionista, ciudadano o político… ¿estás listo para vivir en un mundo sin hegemonías?