Crónica: El vuelo 2366 y la lucha contra covid-19 de China

Crónica: El vuelo 2366 y la lucha contra covid-19 de China

Jinan, China.- Pese a la pandemia, el tránsito de personas en los aeropuertos de todo el mundo se vitaliza y mueve verdaderas multitudes, pero esto es una prueba de fuego para aerolíneas y laboratorios, en especial con el país que va en serio en la lucha contra la pandemia como lo es China. 

El vuelo 2388 Frankfort-Jinan, China, del 14 de junio, sería una corrida aérea más si prevaleciera la lógica del mercado. Decenas de ciudadanos compran sus tickets y se disponen a viajar, pasan los controles aduanales ordinarios, saludan a las azafatas, se suben al avión y llegan a casa, sin embargo, los vuelos hacia China tienen una particularidad, el meticuloso y riguroso procedimiento para asegurar que todo aquel que tome el avión rumbo al Gigante asiático no esté infectado. 

Este mecanismo de identificación de los casos de contagio de la Covid-19 se logra a través del sofisticado sistema creado China de los Códigos de salud, gigantesca base de datos dentro de una poderosísima herramienta de mensajería que lo es todo para los ciudadanos chinos, el Wechat o Weixin. En esta plataforma, los ciudadanos deben reportar constantemente su situación de salud y es crucial cuando salen al extranjero pues a su regreso deben presentar test negativos de PCR o antígeno según las regulaciones para obtener el código verde y avanzar en su viaje, prácticamente es un segundo pasaporte. 

El sistema de los códigos sanitarios es un modelo masivo y único que se aplica tanto a ciudadanos como a extranjeros, por lo que todo aquel que busque viajar a China debe cumplir con esas normas, según las disposiciones de las secciones consulares correspondientes. Su procedimiento exige presentación de test negativos de PCR con 72 y 48 horas de anticipación para una primera muestra y 12 horas antes de abordar el avión como segundo filtro. 

La colaboración con laboratorios especializados y el personal de compañías aéreas que transportan ciudadanos chinos es clave, difícil por el idioma para unos y otros, pues no todos hablan inglés, -jóvenes, en su mayoría, son quienes ya dominan varios idiomas- por lo que muchos ciudadanos, especialmente jóvenes, apoyan en la lectura de los nombres de sus connacionales cuando deben comunicar los resultados de las pruebas, asistir al grupo o bien esperar a que la operadora les hable en su idioma. Además de coordinado, costoso, pues cada PCR tiene un costo elevado dependiendo del país de tránsito. En China tiene un costo que varía de una ciudad a otra y se divide en pruebas individuales y pruebas mixtas, en las que las pruebas se realizan en grupos de diez. Una prueba individual es más cara, cuesta alrededor de 20 a 30 RMB, yuanes, mientras que la prueba mixta entre los 5-15 RMB. 

Disciplina de los ciudadanos chinos frente a la regulación sanitaria 

Los ciudadanos chinos, los principales objetivos de la política del Covid-0, son los primeros en buscar cumplir con las reglas. Ningún Estado en el mundo puede congratularse sobre el firme cumplimiento de las normas ya establecidas por su gobierno hacia sus ciudadanos en tiempos de crisis sanitaria, pero aquí no hay letra muerta, se cumple y se hace cumplir.

Después de dos años de pandemia, los ciudadanos chinos atraviesan por un proceso de entendimiento y reasimilación de un proceso que se ha alargado ante la permanencia de la pandemia. Como los primeros días de la llegada del Sars-cov-2, los chinos no pueden volver a la normalidad, no por una arbitraria decisión estatal o un edicto unilateral, pues entienden que de ello pende la vida y el bienestar propios y por tanto de su nación. 

Es usual que los ciudadanos chinos viajen con trajes de bioseguridad. No importa el confort, sino la protección. Mascarillas, lentes protectores, nada sobra en el largo camino a casa. 

De esta forma, la totalidad de los ciudadanos del vuelo, jóvenes, adultos mayores, etc., cumplen con los protocolos, se forman, pasaporte en mano, por la prueba PCR, esperan disciplinadamente los resultados buscando no ser uno de los que no tomará el avión al dar positivo y respiran hondamente una vez que saben que continuarán su marcha tras la obtención de su código sanitario verde. Paciencia, tecnología y esperanza, confluyen en minutos en cada una de estas almas que ven fijamente al móvil hasta que se les ilumina o ensombrece el rostro. 

Crisis de muestreo

Los pasajeros del vuelo 2366 deben pasar una segunda noche en el Aeropuerto de Frankfort. Un falso positivo motivó que se apagara la euforia de decenas de chinos que en masa ya se habían abalanzado hacia el avión alrededor de las 11:50 de la noche del 12 de junio esperando partir. Con su arribo al avión buscaban terminar las más de 24 horas incertidumbre y procedimientos; entre el cansancio a cuestas, risas y esperanza a mares solo faltaba el ansiado despegue hasta que se escuchó desde el altavoz que debían retornar al mostrador de salida. El estupor era gigantesco, nadie daba crédito. 

La cancelación del vuelo era irreversible. En vano las protestas airadas de más de uno hasta convertirse en coro de entre la multitud. Entre la sorpresa, la frustración y el tedio, repetir la prueba de antígeno en un nuevo muestreo implicaba quedarse una noche ahí en los corredores y buscar donde descansar unas horas a partir de esas horas de la madrugada, 1 de la mañana para ser exactos. Las frías butacas de las salas de este inmenso Aeropuerto europeo eran los únicos y naturales candidatos. Sobre ellas, el cansancio se impuso y dio un poco de descanso a esta tripulación varada, normal en los vuelos aéreos, pero aquí la causa era distinta: la salud de los ciudadanos chinos. No iban a volar hasta que se encontrara el caso. La reprogramación de la prueba de antígeno múltiple estaba citada para las 7 de la mañana del 14 de junio. Y el peregrinar se prolongaba. 

Hombre que mira desde un avión 

Tras localizar el caso positivo, alrededor de las 3 de la tarde del 15 de junio despegó el avión hacia Jinan, China. La fila para el ascenso ahora nuevamente recobraba el entusiasmo colectivo, pero el cansancio prevalecía y la zozobra no se había marchado. Aun así, la guardia tampoco era bajada. Nuevamente, los recambios en el traje de seguridad volvían a los pasajeros más precavidos, largas horas esperaban para llegar al Aeropuerto de Jinan y de ahí a la cuarentena, la otra fase de la política de control del Covid-19. 

Al llegar a China, el avión es recibido por personal con trajes de bioseguridad. Cubiertos de pies a cabeza, nadie del personal del Aeropuerto es expuesto al contagio. Es un breve recorrido entre el avión y la aduana, pero marcada por tecnología, sensores por doquier y una larga lista de ciudadanos chinos conscientes de que no irán a casa, sino a los hoteles dispuestos por las autoridades de Shandong para la cuarentena. 

De entre las escenas más conmovedoras, un adulto mayor, con su traje de bioseguridad, observa desde la ventana del avión la llegada a la patria. Su imponente mirada, buscando abarcar el horizonte desde esa minúscula abertura, sabe que ya está en casa, pero que aún falta. Sus canas de plata y su vivida esperanza en el rostro, ya no es anhelo, sino tierra firme y seguro retorno. Frente a ese monumento humano y colectivo, estaba yo, una periodista mexicana que había compartido mis primeras horas al lado de un pueblo tenaz y disciplinado, generoso, fuerte y decidido ante la adversidad.