El hombre unidimensional y la consciencia de clase

El hombre unidimensional y la consciencia de clase

En el capitalismo el hombre existe de manera fragmentada. Como consecuencia de la organización de la producción y de la división social del trabajo, el sistema permite al ser humano desarrollar sólo alguna, o algunas, de sus cualidades, sin desplegar en toda su plenitud su potencial de saber y hacer. El capital obliga al trabajador a ejecutar en la producción solo una función aislada, donde la energía, el pensamiento y la vida se separan de la totalidad, se fragmentan, creando así una consciencia de la realidad en la que el hombre se siente ajeno a los demás hombres, a la sociedad en que vive y, naturalmente, a la clase social a que pertenece. Esta enajenación encuentra sus causas en el sistema de producción capitalista.

En él, el producto que el trabajador crea, jamás queda en sus manos. Al producir, el obrero deposita su fuerza de trabajo, energía y pensamiento en objetos que jamás disfrutará a pesar de ser su creador. Así, los obreros de la industria automovilística que concentran su mente en la producción de un motor u otra pieza cualquiera, no alcanzan a ver la totalidad del producto; sólo la parte que les toca producir o ensamblar; cuando el automóvil está listo para la venta, los trabajadores no alcanzan a apreciar en su totalidad el producto en que trabajaron; se les presenta después, tras un escaparate, como algo ajeno, una creación inalcanzable de la que no podrán disfrutar ni reconocen como obra suya. Este fenómeno, en el que el hombre ve su propia creación como algo ajeno, incluso superior a él, se conoce como fetichismo. No ve las relaciones sociales que hicieron posible la aparición de la cosa, ve sólo mercancías que se intercambian entre ellas, como si tuvieran vida propia, ajena al hombre que las creó.

Así, y considerando “la producción y la reproducción de la vida como el momento en última instancia determinante de la historia” (K. Marx), el hombre crea, a partir de la manera en que produce, las ideas que conforman su consciencia, viendo al mundo como un caos de cosas y fenómenos inconexos. De esa forma percibe el derecho, el Estado, la economía, que se rigen por leyes propias, ajenas al hombre, sin historia. Tal y como ve el trabajador su producto, ajeno a él, a pesar de haber surgido de sus manos, igual ve a la sociedad, fragmentada y determinada por leyes inexplicables y eternas que él no puede cambiar. Por esta razón, observa el mundo de manera fatalista. No puede enfrentarse a él porque se encuentra solo, aislado. Y segundo, porque la realidad se le presenta eterna e inmutable, como producto de leyes ahistóricas y naturales, fuerzas invencibles ante las que sólo queda resignarse. Enfrentar esta realidad, o cualquiera de sus formas, pareciera inútil.

La realidad, sin embargo, no es como se ve en apariencia; es esencialmente contraria. Existe una unidad real inseparable entre todos los fenómenos sociales. La economía, la ciencia, la política y la cultura están íntimamente ligadas y son manifestaciones de un mismo proceso social y económico. Son, además, históricas, es decir, humanas. Fue el hombre quien mediante su pensamiento y su acción creó las leyes que las rigen; él mismo puede cambiarlas. La solución está, pues, en sus manos.

Es necesario trasladar estas consideraciones teóricas a nuestra realidad. Hoy que México vive una de las peores crisis sociales y políticas de la época moderna debemos examinar la realidad bajo la lente del materialismo histórico, para encontrar en ella misma las causas reales de los fenómenos que nos agobian y enfrentarlos con la seguridad de poder remediarlos. En primer lugar debemos comprender que hay entre lo político y lo económico un vínculo indisoluble. Lo que nosotros vemos como una manifestación política aislada, en este caso el obradorismo, no es sino consecuencia del modelo económico, el neoliberalismo. Por esta razón, cuando criticamos y rechazamos la política del presidente, no la vemos como una obra personal suya, subjetiva, sino como expresión de determinados intereses. Quienes ven todavía en Morena una fuerza independiente y en AMLO a un salvador, ajeno a las leyes económicas e históricas, caen precisamente en la trampa que exponíamos al inicio, la de ver al mundo fragmentado y sin causa, mágico pues. Si rechazamos la política morenista es porque representa intereses de clase contrarios a los de la clase trabajadora. Vemos en AMLO al efecto de una crisis, de la que él emerge, paradójicamente, como un capitalismo con aplauso popular.

En segundo lugar, el fetichismo en la producción que nos separa de nuestra propia creación, se refleja en la forma en que concebimos la política. Todos los partidos políticos en México son en el fondo ajenos a los intereses de los trabajadores. La acción política de las masas se restringe a regalarles su voto una vez cada tres o seis años. Es decir, actúa como si el poder político no le perteneciera; ve el voto no como arma de transformación, sino como medio de cambio por el cual puede obtener alguna dádiva del poder, que después este se cobra con creces con los propios recursos del pueblo. Ante esta práctica, es preciso que cobremos consciencia de nuestra posición en la arena política. Debemos crear un partido que nos represente, que responda a los intereses de la clase trabajadora; que sea superior a la acción individual aislada. Debemos tener conciencia de que nos enfrentamos a una fuerza que sólo puede ser vencida con otra fuerza: la acción material y espiritual de la mayoría. Es el pueblo quien pone los recursos, él quien paga impuestos y, por lo tanto, a nadie, más que a él, pertenece el poder.

Los grandes cambios se gestan “a la sombra” de las crisis. Hagamos fructífero el sufrimiento de nuestro pueblo; desenmascaremos al morenismo y su naturaleza clasista. Cuestionar las políticas obradoristas es atacar el oportunismo que “rebaja la consciencia de clase del proletariado al nivel de su inmediatez psicológica” (Lukács) , que dice a la gente lo que quiere escuchar, y no lo que necesita saber, para cambiar su realidad. Es dar promesas o paliativos a sus problemas a cambio de silencio y conformismo. Nuestra crítica debe ser radical y concreta; verdadera aunque dolorosa, y una solución de fondo que sustituya los anestésicos morenistas. Pensemos como clase y no como individuos y, consecuentemente, actuemos como clase; organicemos y concienticemos al pueblo, hoy disperso y sin esperanza; recobremos, en suma, el poder político que la clase dominante se ha apropiado.